domingo, 9 de octubre de 2011

Gente paseándose por Berverly Hill

                                   Juan Frechina Mínguez

Gente paseándose por Beverly Hill

Gente paseándose por Beverly Hill, obsesos de su fetichismo, encajonados en sus dirigibles de cristal. Sus ojos televisivos capean por el mundo como telenovelas imperfectas. Evolucionan, evolucionan, evolucionan…. Sus vidas son dirigidas por mechas que sueltan sus puños a diestro y siniestro. Son teledirigidos contra el enemigo, esos búfalos que se mueven como hormiguitas y trabajan, trabajan, trabajan aunque desconozcan el techo en el que se cobijarán, el barro que cocinará sus vidas, el suelo que agrietará sus pies, el golpe que ahogará sus sueños.

viernes, 7 de octubre de 2011

El carrusel de los sueños

                             Juan Frechina Minguez

El carrusel de los sueños
He soñado tantas veces este momento, y nunca de la forma en que ha pasado. Te tengo delante, estás ahí en el mismo sitio que hace dos años. No sé qué hacer. Puedo salir corriendo o enfrentarme a mi dolor. 
Después del accidente cerré esa etapa de mi vida. No puedo evitar ver sus ojos a través de los tuyos. Tampoco puedo evitar este reencuentro, verte aquí, en el mismo lugar, como si la catarata del tiempo se despegase y me golpease con los nudillos.
No debería salir huyendo, ni siquiera debería sentir el ruido de la culpa, como un martillo. Qué triste, pienso. Mientras él iba a por mí, tú te liabas con ella. No te importó engañarme y ahora resulta inútil cualquier reproche, aunque sienta la furia de la herida. Yo tendría que haber estado en su lugar… Yo y no ella. No sé cómo has podido dormir o comer, sin sentir la arena movediza de mi sufrimiento.
Pero no pienso salir corriendo, óyeme bien. La escapada no es una opción. Tampoco es una opción hurgar en un tiempo que no puedes devolverme. Tu aliento ahora es un brazo mecánico que chispea cenizas, cuando cierro los ojos.
¿Aún lo sientes? ¿El ácido sulfúrico quemando su garganta? Yo sí. Yo todavía oigo esa risa. Yo, que tenía que contárselo. Me embozo delante de esa casa. Me gustaría que todo volviera a ser como antes. El tiempo adquiere la fuerza de un titán. Todos los recuerdos se anudan a mi cordón umbilical.
¿Dónde estás, Claudia? Sigues sin poder verme; no te culpo… es normal. No es fácil atravesar tu mirada con los rayos X de mi ira. No es fácil que arrastres tus pies, ahora que todo está deshabitado.


 El comedor huele, el cuarto de baño siente, el dormitorio escucha. Todo late. Y ese maldito charco de sangre proviene sin duda de mis pensamientos, del desaliento. Abro la puerta del infierno. Allí está ella. Después de su desaparición, me resultó muy fácil expulsar los demonios.  Cuando te desboques será muy fácil expulsar el fantasma de los celos. 

lunes, 3 de octubre de 2011

Tiempo que corre intrascendente

                                                        Juan Frechina Mínguez

Tiempo que corre intrascendente.
Milésimas de segundo en los recortes de mi vida.
Pinto fugaz, tantos tiempos pretéritos
de gloria, de amantes que se fueron sin piedad
dejando mis pies llenos de barro
y sueños que se llevaron otros sueños
al desfiladero de los recuerdos.
¡Ah, me caigo!
El tiempo me devora. Una araña
ha atrapado mis tentáculos y ha parado
la vida. No siento nada.
Todo me parece sumar días a la indiferencia.
¿Dónde está el reloj?
Quiero que sus saetas salten mis venas.
Una vitalidad de cometa y tinieblas.

El reloj se volvió loco.
¡Ah, me caigo! Es el estrés.
Parece que vaya a disolverme en mil pedazos.
Corre veloz, intensamente…
Pasan los días y los sueños.
Se multiplican sueños y recuerdos
y sigo viendo sus ojos.

Esa muñeca a la que diste cuerda.