viernes, 22 de julio de 2011

Tiempo narrativo



Tiempo narrativo  Teoría literaria


Hace referencia a la duración, la sucesión y el orden de los acontecimientos, por lo que este concepto es fundamental en un relato o un drama, ya que éstos necesitan ubicarse en una temporalidad determinada. Por lo tanto todo escritor que se precie, tiene en cuenta esa coordenada abstracta cuando configura aleatoriamente el universo imaginario en el que se mueven los personajes.

Es obvio que ese tiempo en el que se mueven los personajes difiere del tiempo cronológico, en el que sucederían los acontecimientos en la realidad. Es un tiempo creado que el autor manipula a su arbitrio. De hecho, una misma historia de ficción puede ser relatada en diferentes tiempos: en presente, en pasado, en prospección, adelantando acontecimientos, utilizando el <<flash bask>> que remonta a experiencias pasadas, etc. Se trata pues de una categoría abstracta que puede configurarse de diversas formas. Los formalistas rusos, por ejemplo, distinguen un tiempo de la fábula, o sea, el orden cronológico en el suceden los acontecimientos de una historia, y un tiempo de la trama, el orden en el que el narrador los presentas al relatar la historia. G. Genette, por su parte, denomina a este tiempo de la fábula, tiempo de la historia (ahí los acontecimientos siguen un progresión lógico-causal); mientras que el tiempo de la trama, es para él, el tiempo del discurso de la enunciación. Este tiempo adscribe el desarrollo de los acontecimientos a su línea de aparición en el texto del relato.

La Teoría Literaria ha hecho pues hincapié en las relaciones existentes entre este tiempo de la historia y el tiempo del discurso, intentando sistematizarlas. Tanto Genette, como Todorov, han realizado estudios en este campo a partir de las relaciones que se establecen en el orden temporal, la duración o la frecuencia.

Si atendemos a las relaciones que se establecen en el orden temporal, tendremos en cuenta que según como sucedan los acontecimientos en la historia y en el discurso, se pueden producir desajustes, básicamente "prospecciones" o "retrospecciones". La prospección o prolepsis, se produce cuando se adelantan o anteponen acontecimientos que deberían aparecer a posteriori, si atendiéramos al orden lógico de sucesión. Esto es lo que sucede, por ejemplo, en una novela policíaca, cuando se nos presenta el crimen consumado, que debería ser el desenlace, pero que es situado al comienzo de la obra. La analepsis o retrospección, por su parte, se produce cuando, en el desarrollo de una narración, se introduce otra en la que se relatan acontecimientos anteriores al tiempo de la primera, como sucede cuando aparece una narración dentro de otra, en la que se relata acontecimientos sucedidos en un tiempo inmemorial.

En cuanto a las relaciones de duración, estas parten de la comparación del tiempo que se dedica en el discurso para narrar una acción y el tiempo que ocuparía el desarrollo real de dicha acción en la historia. Todorov, por ejemplo, atiende a las dicotomías que presenta la ralentización de la acción debida a la aparición de descripciones, de lo que sucede cuando se omite la narración de un período de vida del personaje porque no es significativo para el desarrollo de los acontecimientos. Por lo tanto según él podemos encontrarnos en un relato: a) Pausa: cuando al tiempo del discurso no le corresponde ningún tiempo de la historia, por ejemplo, cuando aparecen descripciones o reflexiones; b) Elipsis: cuando al tiempo de de la historia no le corresponde un tiempo en el discurso: p. e., cuando se suprime un período de vida del personaje por ser irrelevante; c) Escena: cuando se produce total correspondencia entre el tiempo de la historia y el del discurso: p.e., en una escena dialogada, en un monólogo, etc.; d) Resumen: cuando en el discurso se condensa el tiempo de la historia: p. e., si en una frase se sintetiza lo sucedido en un período de meses o años; e) Análisis: cuando se amplifica en el discurso el tiempo de la historia: p. e., en el Ulysses de Joyce.

Finalmente también podemos estudiar las relaciones de frecuencia, la intersección entre los acontecimientos de la historia narrados y el número de enunciados del discurso sobre ellos. Todorov observa las disonancias que se producen entre un relato singulativo, en el que un único acontecimiento es evocado en un único discurso; frente a un relato repetitivo o uno, iterativo. En el repetitivo nos encontramos frente a un único acontecimiento, contado desde diversos discursos; por e., cuando un personaje relata de forma obsesiva la misma historia en diversas ocasiones, o cuando diversos personajes cuentan el mismo hecho. Por su parte, si el relato es iterativo, un único discurso evoca diversos acontecimientos semejantes que se repiten.

Otro aspecto que puede tenerse en cuenta, es el estudio sintáctico, propiamente dicho, de los tiempos verbales. En este caso distinguimos entre tiempos narrativos o tiempos de la historia ( el imperfecto, el pretérito perfecto simple y el condicional) y tiempos del discurso a los que circunscribimos el presente, el perfecto y el futuro. Una perspectiva psicológica de tendría en cuenta la disonancia recurrente muchas veces entre el tiempo cronológico de los acontecimientos y la vivencia subjetiva de ese tiempo por parte de los personajes. En La Regenta, por ejemplo, la tarde que pasa Ana en el Vivero con sus amigos se le hace al Magistral interminable. Es lo que sucede también en los momentos preliminares de un encuentro ansiado, ese nimio momento puede resultarle interminable al personaje. En novelas clásicas como Rojo y Negro de Stendhal, el lector percibe cómo se ralentizan los acontecimientos en diversas ocasiones, lo que nos aproxima obviamente a los procedimientos de Miro, Azorín o Proust, que ralentizan las acciones, para observar el proceso psicológico de los personajes.... El lector siente en estos casos, que el huidizo tiempo se apelmazaba hasta que se detiene.







Actividades

Analiza los procedimientos temporales que aparecen en los textos siguientes.

Elige uno de los textos e introduce una continuación que respete los procedimientos utilizados:

  “…. se acordaba sin querer de la barca de Trébol, de aquel gran pecado que había cometido, sin saberlo ella, la noche que pasó dentro de la barca con aquel Germán, su amigo… ¡Infames! La Regenta sentía rubor y cólera al recordar aquella calumnia. Dejó el libro sobre la mesilla de noche –otro mueble vulgar que irritaba el buen gusto de Obdulia-, apagó la luz… y se encontró en la barca de Trébol, a medianoche, al lado de Germán, un niño rubio de doce años, dos más que ella. ´Él la abrigaba solícito con un saco de lona que habían encontrado en el fondo de la barca. Ella le había rogado que se abrigara él también, debajo del saco; como si fuera una colcha, estaban los dos tendidos sobre el tablero de la barca, cuyas bandas oscuras les impedían ver la campiña; sólo veían allá arriba nubes que corrían delante de la cara de la luna”.

La Regenta, Clarín.

Anochece. Se oye el traqueteo persistente de un carro; tintinea a intervalos una esquila. El cielo está pálido: la negrura ha ascendido de los barrancos a las cumbres; los bancales, las viñas, los almendros se confunden en una macha informe. Destacan indecisos los bosquecillos de pinos en las laderas. La laguna desaparece borrosa. Y vibra una canción lejana que sube, baja, ondula, planee, ríe, calla…

El campo está en silencio. Pasan grandes insectos que zumban un instante; suena de cuando en cuando la flauta de un cuclillo; un murciélago gira calladamente entre los pinos. Y los grillos abren su coro rítmico, los comunes en notas rápidas y afanosas, los reales en una larga, amplia y sostenida nota sonora.

Ya el campo reposa en las tinieblas. De pronto parpadea a lo lejos una fogata. Y de los confines remotos llega y retumba en todo el valle el formidable y sordo rumor de un tren que pasa…

Azorín.



Esa misma noche cinco hombres sorprendieron a Diego Sauri en la mitad del recorrido que hacía por las casas de sus enfermos. Lo golpearon hasta dejarlo como un montón de trapos, lo ataron de pies y manos y le rompieron la boca con que alcanzó a insultarlos antes de cerrar los ojos que le guardarían para siempre la imagen de una luna inmensa, burlona y amarilla, como la risa de un dios.

Cuando pudo volver a preguntarse qué le estaba pasando, sintió temblar el agua bajo la celda que lo encerraba. Iba en un barco, rumbo a quién sabía dónde y en vez de que lo inundara el miedo, lo estremeció la curiosidad. Por mas que fuera, iba camino al mundo.

Nunca supo cuántos días pasó en aquel encierro. Una oscuridad y otra y muchas le cruzaron por encima hasta que perdió el sentido del tiempo. La embarcación había atracado más de cinco veces cuando el hombre que le llevaba todos los días unos mendrugos le abrió la puerta.

- So here we are- le dijo un gigante rojo mirándolo con toda la piedad de que pudo ser capaz, y lo dejó en libertad.

Here era un helado puerto en el norte de Europa. Varios años y muchos aprendizajes después, Diego Sauri volvió a México como quien vuelve a sí mismo y no se reconoce. Sabía hablar cuatro idiomas, había vivido en diez países, trabajado como asistente de médicos, investigadores y farmacéuticos, caminando las calles y los museos hasta memorizar los recovecos de Roma y las plazas de Venecia.

Ángeles Mastretta, Mal de amores.

Una tarde de septiembre, ante la amenaza de una tormenta, regresó a casa más temprano que de costumbre. Saludó a Rebeca en el comedor, amarró los perros en el patio, colgó los conejos en la cocina para asarlos más tarde y fue al dormitorio a cambiarse de ropa. Rebeca declaró después que cuando su marido entró en el dormitorio ella se encerró en el baño y no se dio cuenta de nada. Era una versión difícil de creer, pero no había otra más verosímil, y nadie pudo concebir un motivo para que Rebeca asesinara al hombre que la había hecho feliz. Ese fue tal vez el único misterio que nunca se esclareció en Macondo. Tan pronto como José Arcadio cerró la puerta del dormitorio, el estampido de un pistoletazo retumbó en la casa. Un hilo de sangre, salió de debajo de la puerta, atravesó la sala, salió a la calle, siguió en su curso directo por los andenes disparejos, descendió escalinatas y subió petriles, pasó de largo por la Calle de los Turcos, dobló una esquina a la derecha otra a la izquierda, volteó en ángulo recto frente a la casa de los Buendía, pasó por debajo de la puerta cerrada, atravesó la sala de visitas pegado a las paredes para no manchar los tapices ,siguió por la otra sala, eludió en una curva amplia la mesa del comedor, avanzó por el corredor de las begonias y pasó sin ser visto por debajo de la silla de Araranta que daba una lección de aritmética a Aureliano José, y se metió en el granero y apareció en la cocina donde Úrsula se disponía a partir treinta y seis huevos para el pan.

-Ave María Purísima- gritó Úrsula.

G. García Márquez, Cien años de soledad.

Venga claval. Desembucha. Mis padres me engendraron hace muchos años, pero en este momento no tendré más de tres o cuatro meses. Todo está ocurriendo como en un sueño congelado en la placenta de la memoria, en un tiempo suspendido que engendró la caraba de mascaradas públicas e infortunios privados, atropellos y desventuras, calabozos y hierros.

-¿Qué pasa, se te ha comido la lengua el gato?- la voz intempestiva y ronca del hombre se abate de nuevo sobre mi hermano David, los dos enfrente de casa. Hace apenas media hora ha caído sobre el barrio una tormenta atronadora y sombría y ahora, cuando la mañana vuelve a brillar esplendorosa y el aire y la luz se erizan acariciando la piel y los ojos, David se siente otra vez tan delicado y aparente que no le habría importado recibir el imperioso mandato de la autoridad vestido de Shirley Temple con sus tirabuzones rubios, sus hoyuelos en los mofletes y su vocecita de niña viciosilla:

-¿Mande?

-Digo que lo sueltes ya, si es que tienes algo que contarme sobre tu madre… -secretamente encelada, la voz se traba en su propia ronquera y su delirio, pero las palabras suenan sin acritud, en un tono tan poco apremiante e insidioso que, al oírlas, un chico menos malicioso que David Bartra habría tomado como un guiño que buscara complicidad y no como un desafío.

- ¿Me está provocando, sahib?

-¿Qué es lo que sabes?- insiste el visitante-. Sea lo que sea, me interesa. Te escucho.

Lo estoy viendo como si ocurriera ahora mismo ante mis ojos. El hombre sigue plantado frente a la puerta de casa con su trinchera gris plegada al hombro, golpea calmosamente el extremo del cigarrillo sobre la uña del pulgar y espera. Pero David percibe la combustión interna del rostro apagado y, antes incluso de recibir la orden, ha visto reflejada fugazmente en sus ojos líquidos y pesarosos la imagen femenina que le conturba; así que ahora guarda silencio, mirándose hacia adentro sin decir lo que también él está viendo, y por un instante, ambos, niño y policía, evocan a mamá esperando el tranvía en el mismo lugar y en idéntica postura, apoyada en la misma farola de la Travesera con el libro abierto en las manos, el mismo ardiente sol en los cabellos y la misma ensoñación en los ojos. Muy bella en su espera ensimismada, nuestra pelirroja no tiene la mirada ni el pensamiento puestos en la página del libro, sino en el humo azul del cigarrillo que sostiene entre los dedos, o tal vez más allá del humo, en algún repliegue funesto de la luz, un sombrajo de mal presagio que sólo ella percibe en medio de la radiante mañana de julio.

-¿Y?

Rabos de lagartija, Juan Marsé


1 comentario:

  1. Como siempre no defraudas (sonrio)
    Juan ha hecho un trabajo maravilloso, felicitalé de mi parte
    Te visitaré con frecuencia y dejaré mi huella con alguna coletilla de las mías
    Un beso querida profe ... te quiero ... os quiero

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