jueves, 21 de julio de 2011

Reseña de Una palabra tuya, Elvira Lindo



Para Elvira Lindo “Una palabra tuya” es una obra muy personal, que fue madurando poco a poco  y que salió a la luz en su aventura neoyorquina. La  escritura de esta novela se convirtió en su momento en una tabla de salvación, un medio eficaz para ahogar la soledad. Dice que mientras  desgranaba la historia, actuaba para sí misma, gesticulaba, hablaba en voz alta, interpretaba a los personajes. Movimientos todos ellos oscilatorios del engranaje de su propia vida, puesto que esta escritora gaditana, afincada en Madrid desde los doce años, trabajó durante años en la radio por lo que ese afán declamatorio por exteriorizar el universo intimo de sus personajes  no le es ajeno. No en vano  Manolito Gafotas, surgió de uno de esos personajes radiofónicos que ella creaba y a los que posteriormente, les ponía voz. 
 Una palabra tuya, es para la propia autora su mejor novela, la más íntima, la que ha salido de las entretelas de su corazón, aunque no sea en modo alguno una novela de fácil lectura, pues se presta, como toda buena lectura, a la relectura, a la reflexión posterior; ahí es donde extraemos su jugo, donde más nos complace. El sentido final trasgrede de las fronteras de la novela, nos ofrece una mirada oblicua de los seres humanos, siempre inmersos en una realidad obcecada por el deseo de ser algo en la vida, por el  deseo de consolarse apropiándose de la miseria de los otros, sintiendo cómo su calor no se difumina o se pierde, pese a que el tiempo es airado y nos impulsa a seguir sin saber hacia dónde ni por qué.
Cuenta la historia de Rosario, una mujer hastiada de su vida, desencantada, que trabaja barriendo las calles y a la que la vida no le ha tratado con estima. Ella exterioriza su ira íntima e increpa a Dios, al mundo, a sus congéneres, sobre una suerte que no entiende. No comprende por qué la vida se ha acartonado hasta el extremo de no parecerle una vida digna, sino una experiencia dolorosa, exenta del mínimo entusiasmo. Ella retrocede en el tiempo y explica los motivos de su desencanto, el carácter apático de su vida, el monótono recorrido que desgrana se circunscribe a un universo frío y exento de calor humano. Nos habla de sus relaciones con su madre, de cómo ella le recuerda una y otra vez, su precocidad, su manida falta para ascender cada peldaño, su aterrizaje temprano en el territorio insulso de la madurez. Las palabras de su madre son como púas candentes y por eso, ella es capaz de encerrarla en un armario sin que la madre ofrezca resistencia, mentirle sobre sus empleos o desear su muerte, cuando la mujer pierde las facultades  y vive en la desorientación perpetua.  Su hermana Palmira, apenas le ayuda, se desentiende de su madre, y se sitúa al margen. Parece una persona más anodina incluso que ella, enclaustrada en un universo familiar asfixiante, que vive en perpetua preocupación por los hijos, pero que no comparte una relación normal con su marido, con el que hace mucho tiempo que ya no mantiene relaciones sexuales.
Frente a Rosario, situamos a Milagros, una amiga de la infancia con la que se reencuentra y que le propone compartir el negocio del taxi. Una vez es despedida por su tío, ambas comienzan a trabajar como barrenderas municipales.  Los ojos de Rosario miran a Milagros por encima del hombro, aparentemente ella es superior, porque tiene más sentido común; mientras que Milagros es más impulsiva e irreflexiva. Su obsesión por protegerla, por ayudarla, por quererla, le parece a Rosario una tara, una incómoda prolongación de su infancia, cuando ella misma veía lo que le hacían a su amiga. A la que mucha gente consideraba la Monstrua.

Sin embargo, Milagros siempre está ahí, es su colchón, un medio para paliar el frío del entorno, una persona que le incomoda, pero que cuida a su madre cuando está enferma y es capaz de amortajarla.  Milagros es una persona instintiva y tierna, que recoge objetos de la basura, recuerdos rotos y los lleva a su casa, mientras que ella se deshace de todo lo que pudiera recordarle a su madre, secretos que se ciernen sobre su espalda y escuecen.
Lindo consigue en todo momento un retrato veraz, rico en matices.  Aunque hable Rosario, al principio casi en un monólogo perpetúo e irónico, poco a poco vamos escuchando la voz de su compañera, que va creciendo hasta volverse nítida y mucho más compleja de lo que en principio nos parecía. Lo cierto es que Lindo hace un retrato de las dos, perfilando en cada nuevo diálogo, en cada movimiento, sus individualidades, hasta el extremo de parecernos que al final se subvierten en cierto modo. Ese retrato cervantino, es lo más logrado de la novela porque las personalidades se bifurcan y contrastan con verdadera maestría. 
El deseo de sentirse querido y aprobado por los otros, el sentimiento de que la vida no es fácil ni justa con las personas, y la ausencia de ambiciones se convierte en los motivos donde cuesta que se encajen los personajes. No solo se nos muestra la relación entre ambas, sino que la autora nos describe el resto de personajes, con trazos simples, pero certeros. De todos ellos destaca además Morsa, conductor de un camión de basuras, con el que la protagonista mantiene una insulsa relación sexual, desvinculada de calor o apasionamiento. Los dos se sienten solos, ambos necesitan experimentar ese contacto para desterrar la locura del aislamiento y la soledad, por eso no se hacen preguntas incómodas y por eso Rosario nos describe su relación sexual de forma descarnada.
Lo que sorprende en todo momento es la credibilidad de los personajes, su pulsión, vida es como la de cualquier otro ser humano,  triste o descarnada. Elvira Lindo no hace concesiones, no enmascara las situaciones; muy al contrario, las retrata con total naturalidad, acopiándose de los coloquialismos, de las  expresiones enfáticas o del argot que acentúan los caracteres de personajes y situaciones. Elvira los deja hablar y pese a la aparente sencillez, intuimos que el lenguaje ha sido construido al milímetro, obviando cualquier retoricismo que entorpecería el verismo o lo encareciera peligrosamente con un sentimentalismo ajeno a la historia.
El acierto de la novela que le hizo merecedora del premio Biblioteca Breve, uno de los más laureados, ha facilitado su adaptación cinematográfica. Dirigida por Ángeles González-Sinde, Una palabra tuya ha sido adaptada al lenguaje fílmico intentando respetar en todo momento el relato de esas vidas corrientes y desencantadas, que buscan en todo momento atisbar pequeños destellos de felicidad, pero sin lograrlo.  Interpretada por Malena Alteiro (Aquí no hay quien viva, Días de Cine), Esperanza Pedreño (“Cañizares” de Camera Café) y Antonio de la Torre (Volver, Azul oscuro casi negro),  la obra se acopia del flash-back para sustituir ese relato en primera persona de la protagonista. Pero aunque consigue un buen ritmo y los actores se esfuerzan para meterse en la piel de los personajes, lo cierto es que la acentuación del patetismo, nos deja un sabor agridulce. Como ocurre en otras ocasiones y aquí también, la película no consigue estremecernos del mismo modo que nos estremecemos cuando leemos la novela, además polariza excesivamente las situaciones para poner el énfasis en un dramatismo exacerbado, mientras que en la novela el ritmo presenta muchas otras modulaciones: encontramos el dramatismo sí, pero también pasajes más amables, donde asoma la ironía, donde los personajes se relajan, para vivir únicamente las situaciones sin apretar los dientes, sin sentirse tan míseros o desgraciados.

Mari Carmen Moreno Mozo

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