sábado, 23 de julio de 2011

Reseña Cuentos vagabundos


La eternidad es una de las raras virtudes de la literatura.

Adolfo Bioy Casares

Los que saboreamos la literatura con fruición sabemos que las historias que permanecen son aquellas que muestran una realidad inédita, las que son capaces de desnudar al ser humano y dejarlo en cueros frente al espectador, un lector atrapado en ese mundo de ficción inédito y autosuficiente. Gisbert Haefs consigue siempre crear ese microcosmos imperecedero en cada uno proyectos literarios. No en vano ha sido traductor de autores tan dispares como Mark Twain, Adolfo Bioy Casares o Arthur Conan Doyle, pero además ha abordado con pasión titánica la edición de las obras de Borges o Kipling. Todas estas incursiones en el terreno de la profesionalidad se han visto acompañadas por esa faceta de escritor, capaz de revalorizar géneros como el de la novela histórica o policiaca, a través de la recreación de las vidas de los hermanos de leche de nuestra cultura, aquellos que pueden mostrarnos a través del papel de qué pasta está hecho el ser humano. Así recorta las vidas de César, Anibal, Alejandro, Amilcar y consigue que realicemos ese viaje en el tiempo con el todos hemos soñado.

De Cuentos vagabundos (selección de relatos publicados por Evohé) nos llama la atención esa destreza volátil, capaz de penetrar en todos y cada uno de los géneros que aborda; desde la maestría del relato histórico, a la capacidad onírica del relato de terror, pasando por la destreza con la que asumen el rol sus personajes detectivescos o mitológicos. Esta recopilación nos muestra que la calidad es la materia prima en la que se mueve Javier Baonza, editor de Evohé, una plataforma solida que apuesta por el relato histórico o la revitalización de la mitología, donde tienen cabida obras que buscan lectores inteligentes, que no le tienen miedo a los retos literarios: El gato sobre la cacerola de leche hirviendo de Manuel Valera de Manuel Valera; Tren de la mañana a Talavera, de Guillermo Pilia o Recuerdos de la era analógica. Una antología del futuro, de Daniel Tubau; todos estos títulos son ejemplos de esta apuesta férrea y estimulante.

Cuentos vagabundos –por su parte- es casi una pequeña enciclopedia de modos, voces y formas de abordar los elementos narrativos, moldes capaces de vadear cada historia con un estilo inconfundible y dinámico que no ofrece concesiones. Gisbert Haefs puede ser muy mordaz e irónico, incluso cruel (Parábola de varios conocidos), o conseguir que subamos a su nave y nos pongamos cómodos para la sesión de ciencia- ficción (Placer viajero), incluso lograr que confraternicemos con vampiros o soldados tullidos; él nunca pierde las bridas de sus historias y por eso funcionan.

Asistimos al lenguaje desnudo, cuya lucidez no estriba en el uso almidonado de la palabra; sino en la precisa fluidez con la que lo adapta a la naturaleza del personaje y los hechos narrados. Haefs no enmascara la naturaleza del ser humano ni los peligros o juicios panfletarios que pretenden dictaminar el camino a seguir; al contrario, siempre logra que veamos al personaje en su laberinto, maximizando los detalles capaces de transformar el hilo de los acontecimientos. Por eso sus historias son verosímiles, por su honda integridad, por la capacidad de desencajar las piezas y encajarlas de forma disímil, de manera que el lector se dé cuenta de que se enfrenta a una obra minimalista, que ofrece dentro de una cosmovisión prediseñada; un objeto, un personaje, una idea, un engranaje distinto, que no impide que la máquina siga funcionando.

Personajes como Matzbach, Münstereifel, Jürgen Soberg se convierten así en interesantes calas del ser humano, con unos biorritmos diferenciados lo que contribuye a crear una progresión temática marcada por la aceleración o deceleración de los actantes implicados en los acontecimientos. Observemos –por ejemplo- el final de Jürgen Sobert:

“De los profundos cortes en el pecho brotaba la sangre; los cuchillos brillaban con un color naranja turbio. Luego se disolvieron. Los ojos de la joven… Se inclinó sobre él mientras él yacía en el suelo, dijo algo, posiblemente <<por qué>>, pero él no entendió nada. Leyó el pánico en sus ojos. Luego sólo tuvo medio rostro, se disolvió, desapareció. Como el pueblo, el posadero, el violinista, el anciano. Soberg gritó. No supo nada, salvo que se moría. Algo lo envolvió como un húmedo aire nocturno”.

Al autor no le tiembla el pulso a la hora de denunciar las lacras actuales: el politiqueo, la religión desnaturalizada, las falsas teologías, el ansia de poder y, por supuesto, el tiempo insondable, incapaz de detener el fluido vital que nos conduce a la muerte. Denuncia ese triángulo de las Bermudas que nos conduce a la irremisible perdición; son los estigmas que siempre han marcado las acciones de los seres humanos: el dinero, la fe… y un azar imprevisible que nos ata a su soga. Siempre logra que los personajes adquieran un aura distante y novedosa que nos mantiene en vilo, como sucede en esta descripción indirecta, pero eficaz para el desarrollo de los acontecimientos:

- Bueno, si insiste...Dijo que usted es un monstruo imposible, gordo, harto y perezoso, lo calificó de mezcla del gato Garfield y del Falstall fe Shakespeare, que el destino… oh, no, dijo las Parcas, que las Parcas han arrojado sobre la Humanidad en forma de detective aficionado.

Matzbach estaba radiante.

-Fantástico. Así habla un verdadero amigo. ¿Algo más?

En sus historias encontramos algunos temas constantes: el tiempo insoluble, el poder, el engaño, las relaciones filiales, la inutilidad de las guerras, la trasmigración histórica o la lucha por la supervivencia en un espacio hostil. Todos estos temas son tratados con una mordacidad que a veces roza la hilaridad y que nos sitúan ante callejones sin salida aparente. Como siempre el autor nos invita a la colaboración: él nos pide que levantemos el parche negro. El valiente descubre el ojo de cristal, un ojo que todo lo vez, capaz de trazar un paisaje en un grano de arroz.

Mari Carmen Moreno Mozo


Parábola con varios conocidos    

Un diputado, miembro de la Comisión para la Financiación Ilegal de Proyectos Absurdos, quiso ir durante la pausa pagada del mediodía a respirar gratis un poco de aire sucio, ya que aquel día no tenía nada más que pillar. O al menos no mucho; su porcentaje en los proyectos aprobados –de naturaleza social, médica, lésbica, filosófica, católica, progresistas y otros caracteres legendarios – era inusualmente escaso en relación con su codicia, e igual de negro. Intacto e inane, caminó Rin arriba desde el gueto gubernamental. En un punto oscuro de su trayectoria, dos hombres enmascarados detrás de sus rostros se precipitaron sobre él, le golpearon, lo arrastraron hacia los matorrales, le robaron su parte de presupuesto, le arrancaron su traje a medida, así como la camisa, la corbata y todo lo demás, le propinaron unas cuantas patadas y luego se dieron a la fuga.

Pronto pasaron por el camino dos socioterapeutas. Gracias a los logros de la comisión, estaban de buen humor y sumidos en una conversación sobre lo <<los imponderables inmanentes a los proveedores de servicios con déficit cognitivo en la estructura postindustrial degresiva>>. Cuando vieron la figura desnuda, bañada en sangre, con los rasgos del rostro borrados, tendida a la orilla del camino (el hombre aún gemía), se detuvieron por un momento.

-Terrible- dijo el más alto. Chasqueó los dedos-. Espantoso.

-Sí –el más bajito frunció el ceño y respiró hondo-. Sea quien sea el que lo ha hecho, precisa ayuda urgente.

El más alto asintió, y con tranquila prisa los dos se pusieron a buscar huellas.

Pocos minutos después pasó un médico, colaborador de una floreciente clínica especializada en trasplantes. Se inclinó sobre el diputado (el hombre apenas gemía ya), lo palpó aquí y allá, sacudió finalmente la cabeza con expresión de lamento y volvió a incorporarse.

-No tiene sentido- murmuró, mientras se limpiaba los dedos con un pañuelito de seda y volvió a guardárselo en el bolsillo de la chaqueta-. Probablemente lesiones internas… órganos inutilizables… piel demasiado gruesa… y no hay corazones que funcionen en el barrio gubernamental. Bueno.

Se metió las manos en los bolsillos y siguió su camino; su gesto era el de una persona honrada a la que se le acaba de escapar un buen negocio.

Una feminista radical se aproximó al lugar. Para poder reflexionar más, empujaba su bici a lo largo del carril. Estaba de mal humor porque esa mañana había recibido sin duda ciertas promesas financieras, pero no había logrado mover a algunas mujeres felizmente casadas a divorciarse o al menos separarse de sus maridos y a repudiar a su decencia masculina. Cuando vio el cuerpo desnudo se detuvo, dejó la bici e hizo rechinar los dientes.

-Cerdo chovinista- dijo-. Falócrata. Exhibicionista. Macho asqueroso. Animal- se inclinó y escuchó, pero sólo oyó el viento en los sauces y el burbujear del Rin (el hombre ya no gemía). Entonces compuso una especie de sonrisa, cogió impulso y le pegó una furiosa patada con el puntiagudo zapado en los descubiertos genitales.

Un profesor de Filosofía hacia jogging como penitencia todos los mediodías a la orilla del Rin. Avanzaba a trompicones; en su camiseta rampaba la cabeza de Descartes, con el lema <<Pienso, luego alucino>>. Se detuvo en seco, se inclinó sobre el yacente (el hombre gemía de modo lamentable), le contempló con benevolencia y alzó el índice derecho.

-La muerte, amigo mío, es una experiencia única, habría que disfrutarla de manera consciente. Los dolores son señales nerviosas que pierden su sentido cuando se deniega su percepción. Así que muere, oh desconocido y sabe: ¡Un profesor alemán te percibe!

Luego miró su Rolex, chasqueó con la lengua y reanudó su trote cautelosamente, sin cargar demasiado su dolorido tobillo derecho.

Un cardenal, destacado por la conferencia episcopal para conseguir la financiación de un proyecto católico, ya suficientemente garantizada por el impuesto religioso, paseaba por la orilla del río, con el corazón ligero, el alma elevada hacia el SEÑOR, el breviario en la MANO. Vio casualmente al golpeado allí tendido, recordó la buena nueva para todos los oprimidos y afligidos, se acordó de diversos publicanos, así como de un samaritano y se arrodilló, conmovido con éxito, junto al sufriente. (El hombre ya sólo gemía débilmente).

-Oh, hermano mío- dijo el cardenal-. Sea cual sea tu religión todos estamos en manos del mismo Dios. Que su bendición sea con tu alma- alzó la mano derecha; entonces vio, colgado de una fina cadenita de plata, el símbolo de la masonería al cuello del maltratado. Irritado, se incorporó, se sacudió del hábito el polvo ensangrentado y se fue.

-Le enviaré una ambulancia- dijo por encima del hombro-. Si es que me encuentro una en esta senda de reflexión.

Pasó un neomarxista. Al ver el cuerpo manchado de sangre, cerró el puño izquierdo, lo levantó hacia el cielo y exclamó:

-¡Arriba, parias de esta tierra! ¿De qué tierra si no?

Pero el yacente no se incorporó. (Definitivamente, el hombre ya no gemía).El paseante se agachó.

-¡Camarada proletario!- dijo enfáticamente. Luego vio el anillo de una asociación estudiantil en el dedo meñique y, en su calidad de hijo de catedrático y estudiante becado, reconoció el emblema.

-¡Bah!- dijo-. ¡Lacayo de la reacción! Deberías reptar por el suelo, como te corresponde- con la punta de su mocasín italiano, trató de dar la vuelta al yacente de espaldas, pero pronto abandonó esa trabajosa actividad y se fue.

Un neonazi, defensor levemente tardío de la leyenda de la puñalada por la espalda, que siempre había querido probar por sí mismo, había sido apaleado por un pacifista en el curso de algunas manifestaciones y contramanifestaciones aquella mañana, pero le había quitado una bayoneta. Mientras caminaba a lo largo del Rin con paso tranquilo y firme, izando, cual bandera victoriosa la petaca para darle un trago, vio el cuerpo del diputado, se inclinó interesado sobre él, consideró el signo masónico más o menos judío, y ya iba a clavarle la bayoneta en el bajo vientre cuando unos terribles sonidos le forzaron a una rápida fuga. Producían los sonidos dos clases de gemidos: una joven turca, que había sido vista en el Mac Donald´s con sus compañeros de clase, estaba siendo pateada por sus rigoristas guardianes –padre y tres hermanos- bajo la protección del creciente crepúsculo; y una nutria liberada de un criadero por un grupo de ecologistas, que había estado merodeando un rato cerca del Bundestag (donde tales cosas no llaman la atención), había caído en manos de un canijo funcionario ministerial, que la estaba violando de forma contundente.

Poco antes de anochecer pasó por el camino Caperucita Roja, con la cesta llena de selectas exquisiteces y golosinas para la abuela de la Cancillería.

-Ah- dijo la pequeña-, puedes desnudarte y pintarte cuanto quieras… ¡te conozco- y diciendo esto, sacó la navaja de la liga, le abrió el vientre al enmudecido diputado, lo llenó de guijarros del Rin y cerró su obra con dos imperdibles.

Al caer el sol, un buitre y una hiena, mascotas de la administración municipal de Bonn, se apostaron junto al muerto y se apiadaron.

-Ah, los humanos no son buenos- farfulló la hiena, con la boca llena de carne.

El buitre pensó un rato en esto; luego tragó.

-Es cierto- dijo-, pero es menor que no cenar.

Dos funcionarios de la guardia de frontera pasaron patrullando, espantaron a los animales, llamaron por radio una ambulancia y montaron guardia hasta que vino. Más o menos en ese momento los autores del crimen llegaban a su hogar, el distrito del antiguo diputado. Allí había recibido de ellos y otros un mandato directo, pero a pesar de tan importantes votos no se había regido por sus deseos o los de su supuesta conciencia, sino por los cálculos de su partido. Ahora deliberaban en qué mejores manos depositar el portafolios y el traje a medida, las insignias del poder y la dignidad. Casualmente su jefe tenía un buen puesto en las listas.

Gisbert Haefs, Cuentos vagabundos.

Ed. Evohé Narrativa


1 comentario:

  1. ay agahta que bonito lo has puesto del pime cuento o retazos analizados me ha llegao mucho que aparte de intereses somos soga tambien al azar ayer estube buscando tus clases de ortografia las que yo buscaba no las vi vi otras que te puse comentario un beso preciosa que eres de lo mas sencilla y natural aqui doy a mi gata coqueta como otras que son ramillete de lindas azucenas y si miras a miguel que da dos bloces uno a imagenes otro a leyendas de pueblos ese te gustaria

    ResponderEliminar