sábado, 23 de julio de 2011

Reseña Cuentos vagabundos


La eternidad es una de las raras virtudes de la literatura.

Adolfo Bioy Casares

Los que saboreamos la literatura con fruición sabemos que las historias que permanecen son aquellas que muestran una realidad inédita, las que son capaces de desnudar al ser humano y dejarlo en cueros frente al espectador, un lector atrapado en ese mundo de ficción inédito y autosuficiente. Gisbert Haefs consigue siempre crear ese microcosmos imperecedero en cada uno proyectos literarios. No en vano ha sido traductor de autores tan dispares como Mark Twain, Adolfo Bioy Casares o Arthur Conan Doyle, pero además ha abordado con pasión titánica la edición de las obras de Borges o Kipling. Todas estas incursiones en el terreno de la profesionalidad se han visto acompañadas por esa faceta de escritor, capaz de revalorizar géneros como el de la novela histórica o policiaca, a través de la recreación de las vidas de los hermanos de leche de nuestra cultura, aquellos que pueden mostrarnos a través del papel de qué pasta está hecho el ser humano. Así recorta las vidas de César, Anibal, Alejandro, Amilcar y consigue que realicemos ese viaje en el tiempo con el todos hemos soñado.

De Cuentos vagabundos (selección de relatos publicados por Evohé) nos llama la atención esa destreza volátil, capaz de penetrar en todos y cada uno de los géneros que aborda; desde la maestría del relato histórico, a la capacidad onírica del relato de terror, pasando por la destreza con la que asumen el rol sus personajes detectivescos o mitológicos. Esta recopilación nos muestra que la calidad es la materia prima en la que se mueve Javier Baonza, editor de Evohé, una plataforma solida que apuesta por el relato histórico o la revitalización de la mitología, donde tienen cabida obras que buscan lectores inteligentes, que no le tienen miedo a los retos literarios: El gato sobre la cacerola de leche hirviendo de Manuel Valera de Manuel Valera; Tren de la mañana a Talavera, de Guillermo Pilia o Recuerdos de la era analógica. Una antología del futuro, de Daniel Tubau; todos estos títulos son ejemplos de esta apuesta férrea y estimulante.

Cuentos vagabundos –por su parte- es casi una pequeña enciclopedia de modos, voces y formas de abordar los elementos narrativos, moldes capaces de vadear cada historia con un estilo inconfundible y dinámico que no ofrece concesiones. Gisbert Haefs puede ser muy mordaz e irónico, incluso cruel (Parábola de varios conocidos), o conseguir que subamos a su nave y nos pongamos cómodos para la sesión de ciencia- ficción (Placer viajero), incluso lograr que confraternicemos con vampiros o soldados tullidos; él nunca pierde las bridas de sus historias y por eso funcionan.

Asistimos al lenguaje desnudo, cuya lucidez no estriba en el uso almidonado de la palabra; sino en la precisa fluidez con la que lo adapta a la naturaleza del personaje y los hechos narrados. Haefs no enmascara la naturaleza del ser humano ni los peligros o juicios panfletarios que pretenden dictaminar el camino a seguir; al contrario, siempre logra que veamos al personaje en su laberinto, maximizando los detalles capaces de transformar el hilo de los acontecimientos. Por eso sus historias son verosímiles, por su honda integridad, por la capacidad de desencajar las piezas y encajarlas de forma disímil, de manera que el lector se dé cuenta de que se enfrenta a una obra minimalista, que ofrece dentro de una cosmovisión prediseñada; un objeto, un personaje, una idea, un engranaje distinto, que no impide que la máquina siga funcionando.

Personajes como Matzbach, Münstereifel, Jürgen Soberg se convierten así en interesantes calas del ser humano, con unos biorritmos diferenciados lo que contribuye a crear una progresión temática marcada por la aceleración o deceleración de los actantes implicados en los acontecimientos. Observemos –por ejemplo- el final de Jürgen Sobert:

“De los profundos cortes en el pecho brotaba la sangre; los cuchillos brillaban con un color naranja turbio. Luego se disolvieron. Los ojos de la joven… Se inclinó sobre él mientras él yacía en el suelo, dijo algo, posiblemente <<por qué>>, pero él no entendió nada. Leyó el pánico en sus ojos. Luego sólo tuvo medio rostro, se disolvió, desapareció. Como el pueblo, el posadero, el violinista, el anciano. Soberg gritó. No supo nada, salvo que se moría. Algo lo envolvió como un húmedo aire nocturno”.

Al autor no le tiembla el pulso a la hora de denunciar las lacras actuales: el politiqueo, la religión desnaturalizada, las falsas teologías, el ansia de poder y, por supuesto, el tiempo insondable, incapaz de detener el fluido vital que nos conduce a la muerte. Denuncia ese triángulo de las Bermudas que nos conduce a la irremisible perdición; son los estigmas que siempre han marcado las acciones de los seres humanos: el dinero, la fe… y un azar imprevisible que nos ata a su soga. Siempre logra que los personajes adquieran un aura distante y novedosa que nos mantiene en vilo, como sucede en esta descripción indirecta, pero eficaz para el desarrollo de los acontecimientos:

- Bueno, si insiste...Dijo que usted es un monstruo imposible, gordo, harto y perezoso, lo calificó de mezcla del gato Garfield y del Falstall fe Shakespeare, que el destino… oh, no, dijo las Parcas, que las Parcas han arrojado sobre la Humanidad en forma de detective aficionado.

Matzbach estaba radiante.

-Fantástico. Así habla un verdadero amigo. ¿Algo más?

En sus historias encontramos algunos temas constantes: el tiempo insoluble, el poder, el engaño, las relaciones filiales, la inutilidad de las guerras, la trasmigración histórica o la lucha por la supervivencia en un espacio hostil. Todos estos temas son tratados con una mordacidad que a veces roza la hilaridad y que nos sitúan ante callejones sin salida aparente. Como siempre el autor nos invita a la colaboración: él nos pide que levantemos el parche negro. El valiente descubre el ojo de cristal, un ojo que todo lo vez, capaz de trazar un paisaje en un grano de arroz.

Mari Carmen Moreno Mozo


Parábola con varios conocidos    

Un diputado, miembro de la Comisión para la Financiación Ilegal de Proyectos Absurdos, quiso ir durante la pausa pagada del mediodía a respirar gratis un poco de aire sucio, ya que aquel día no tenía nada más que pillar. O al menos no mucho; su porcentaje en los proyectos aprobados –de naturaleza social, médica, lésbica, filosófica, católica, progresistas y otros caracteres legendarios – era inusualmente escaso en relación con su codicia, e igual de negro. Intacto e inane, caminó Rin arriba desde el gueto gubernamental. En un punto oscuro de su trayectoria, dos hombres enmascarados detrás de sus rostros se precipitaron sobre él, le golpearon, lo arrastraron hacia los matorrales, le robaron su parte de presupuesto, le arrancaron su traje a medida, así como la camisa, la corbata y todo lo demás, le propinaron unas cuantas patadas y luego se dieron a la fuga.

Pronto pasaron por el camino dos socioterapeutas. Gracias a los logros de la comisión, estaban de buen humor y sumidos en una conversación sobre lo <<los imponderables inmanentes a los proveedores de servicios con déficit cognitivo en la estructura postindustrial degresiva>>. Cuando vieron la figura desnuda, bañada en sangre, con los rasgos del rostro borrados, tendida a la orilla del camino (el hombre aún gemía), se detuvieron por un momento.

-Terrible- dijo el más alto. Chasqueó los dedos-. Espantoso.

-Sí –el más bajito frunció el ceño y respiró hondo-. Sea quien sea el que lo ha hecho, precisa ayuda urgente.

El más alto asintió, y con tranquila prisa los dos se pusieron a buscar huellas.

Pocos minutos después pasó un médico, colaborador de una floreciente clínica especializada en trasplantes. Se inclinó sobre el diputado (el hombre apenas gemía ya), lo palpó aquí y allá, sacudió finalmente la cabeza con expresión de lamento y volvió a incorporarse.

-No tiene sentido- murmuró, mientras se limpiaba los dedos con un pañuelito de seda y volvió a guardárselo en el bolsillo de la chaqueta-. Probablemente lesiones internas… órganos inutilizables… piel demasiado gruesa… y no hay corazones que funcionen en el barrio gubernamental. Bueno.

Se metió las manos en los bolsillos y siguió su camino; su gesto era el de una persona honrada a la que se le acaba de escapar un buen negocio.

Una feminista radical se aproximó al lugar. Para poder reflexionar más, empujaba su bici a lo largo del carril. Estaba de mal humor porque esa mañana había recibido sin duda ciertas promesas financieras, pero no había logrado mover a algunas mujeres felizmente casadas a divorciarse o al menos separarse de sus maridos y a repudiar a su decencia masculina. Cuando vio el cuerpo desnudo se detuvo, dejó la bici e hizo rechinar los dientes.

-Cerdo chovinista- dijo-. Falócrata. Exhibicionista. Macho asqueroso. Animal- se inclinó y escuchó, pero sólo oyó el viento en los sauces y el burbujear del Rin (el hombre ya no gemía). Entonces compuso una especie de sonrisa, cogió impulso y le pegó una furiosa patada con el puntiagudo zapado en los descubiertos genitales.

Un profesor de Filosofía hacia jogging como penitencia todos los mediodías a la orilla del Rin. Avanzaba a trompicones; en su camiseta rampaba la cabeza de Descartes, con el lema <<Pienso, luego alucino>>. Se detuvo en seco, se inclinó sobre el yacente (el hombre gemía de modo lamentable), le contempló con benevolencia y alzó el índice derecho.

-La muerte, amigo mío, es una experiencia única, habría que disfrutarla de manera consciente. Los dolores son señales nerviosas que pierden su sentido cuando se deniega su percepción. Así que muere, oh desconocido y sabe: ¡Un profesor alemán te percibe!

Luego miró su Rolex, chasqueó con la lengua y reanudó su trote cautelosamente, sin cargar demasiado su dolorido tobillo derecho.

Un cardenal, destacado por la conferencia episcopal para conseguir la financiación de un proyecto católico, ya suficientemente garantizada por el impuesto religioso, paseaba por la orilla del río, con el corazón ligero, el alma elevada hacia el SEÑOR, el breviario en la MANO. Vio casualmente al golpeado allí tendido, recordó la buena nueva para todos los oprimidos y afligidos, se acordó de diversos publicanos, así como de un samaritano y se arrodilló, conmovido con éxito, junto al sufriente. (El hombre ya sólo gemía débilmente).

-Oh, hermano mío- dijo el cardenal-. Sea cual sea tu religión todos estamos en manos del mismo Dios. Que su bendición sea con tu alma- alzó la mano derecha; entonces vio, colgado de una fina cadenita de plata, el símbolo de la masonería al cuello del maltratado. Irritado, se incorporó, se sacudió del hábito el polvo ensangrentado y se fue.

-Le enviaré una ambulancia- dijo por encima del hombro-. Si es que me encuentro una en esta senda de reflexión.

Pasó un neomarxista. Al ver el cuerpo manchado de sangre, cerró el puño izquierdo, lo levantó hacia el cielo y exclamó:

-¡Arriba, parias de esta tierra! ¿De qué tierra si no?

Pero el yacente no se incorporó. (Definitivamente, el hombre ya no gemía).El paseante se agachó.

-¡Camarada proletario!- dijo enfáticamente. Luego vio el anillo de una asociación estudiantil en el dedo meñique y, en su calidad de hijo de catedrático y estudiante becado, reconoció el emblema.

-¡Bah!- dijo-. ¡Lacayo de la reacción! Deberías reptar por el suelo, como te corresponde- con la punta de su mocasín italiano, trató de dar la vuelta al yacente de espaldas, pero pronto abandonó esa trabajosa actividad y se fue.

Un neonazi, defensor levemente tardío de la leyenda de la puñalada por la espalda, que siempre había querido probar por sí mismo, había sido apaleado por un pacifista en el curso de algunas manifestaciones y contramanifestaciones aquella mañana, pero le había quitado una bayoneta. Mientras caminaba a lo largo del Rin con paso tranquilo y firme, izando, cual bandera victoriosa la petaca para darle un trago, vio el cuerpo del diputado, se inclinó interesado sobre él, consideró el signo masónico más o menos judío, y ya iba a clavarle la bayoneta en el bajo vientre cuando unos terribles sonidos le forzaron a una rápida fuga. Producían los sonidos dos clases de gemidos: una joven turca, que había sido vista en el Mac Donald´s con sus compañeros de clase, estaba siendo pateada por sus rigoristas guardianes –padre y tres hermanos- bajo la protección del creciente crepúsculo; y una nutria liberada de un criadero por un grupo de ecologistas, que había estado merodeando un rato cerca del Bundestag (donde tales cosas no llaman la atención), había caído en manos de un canijo funcionario ministerial, que la estaba violando de forma contundente.

Poco antes de anochecer pasó por el camino Caperucita Roja, con la cesta llena de selectas exquisiteces y golosinas para la abuela de la Cancillería.

-Ah- dijo la pequeña-, puedes desnudarte y pintarte cuanto quieras… ¡te conozco- y diciendo esto, sacó la navaja de la liga, le abrió el vientre al enmudecido diputado, lo llenó de guijarros del Rin y cerró su obra con dos imperdibles.

Al caer el sol, un buitre y una hiena, mascotas de la administración municipal de Bonn, se apostaron junto al muerto y se apiadaron.

-Ah, los humanos no son buenos- farfulló la hiena, con la boca llena de carne.

El buitre pensó un rato en esto; luego tragó.

-Es cierto- dijo-, pero es menor que no cenar.

Dos funcionarios de la guardia de frontera pasaron patrullando, espantaron a los animales, llamaron por radio una ambulancia y montaron guardia hasta que vino. Más o menos en ese momento los autores del crimen llegaban a su hogar, el distrito del antiguo diputado. Allí había recibido de ellos y otros un mandato directo, pero a pesar de tan importantes votos no se había regido por sus deseos o los de su supuesta conciencia, sino por los cálculos de su partido. Ahora deliberaban en qué mejores manos depositar el portafolios y el traje a medida, las insignias del poder y la dignidad. Casualmente su jefe tenía un buen puesto en las listas.

Gisbert Haefs, Cuentos vagabundos.

Ed. Evohé Narrativa


viernes, 22 de julio de 2011





Un héroe es todo aquel que hace lo que puede cuando los demás no hacen nada”, Romain Rolland

No es habitual encontrar dentro de las colecciones de literatura juvenil propuestas tan arriesgadas como ésta que muestra la difícil convivencia entre un niño y el asesino de sus padres.

Lo asombroso del relato es cómo la autora narra la evolución psicológica de los personajes. El asesino llegará a sentir verdadero aprecio por ese niño al que se ve impelido a criar, hasta el extremo de pedirle que lo llame padre. Por su parte, el niño, poco a poco irá descubriendo que ese ser frío, calculador y homicida es capaz de emocionarse o llorar. Bajo esa costra de inmundicia se esconde un corazón, pero no es un corazón normal; es un corazón que no ha sentido nunca el engranaje de los sentimientos. Durante muchos años, lo único que ha hecho Ángel Alegría es luchar por su supervivencia, sin conciencia.



Sin necesidad de negociación, puesto que el niño no supone ningún peligro para el adulto, ambos se irán poco a poco acostumbrando a moverse por el reducido espacio de las emociones del otro, hasta que se forje una coexistencia digna, y ambos comiencen a sentir curiosidad por el otro.



La escritora Anne-Laure Bondoux, ganó con “Las lágrimas del asesino” el prestigioso premio  Sorcières, en el 2004, que reconocía ante todo el trabajo de creación del libro, no obstante para ella el mejor premio fue el beneplácito de los adolescentes que se sintieron conmovidos por esa transformación del asesino, al que terminan concediendo el beneplácito de la duda.



La historia comienza cuando Ángel Alegría llega hasta el confín de Chile huyendo de sus crímenes pasados. Su vida hasta ese momento se ha visto  marcada por la carencia  y la humillación constante. Siempre ha sido un asesino y se ha creado un código peligroso y perpetuo, el que marca la violencia. Sin embargo, y tras el asesinato de los  padres de Paolo, se ve incapaz de matar al niño y decide confiscarlo para que viva a su servicio.

 Después llegará Luís, otro ser desarraigado, que huye de sus miedos y busca el aislamiento. Entre los tres se crea un espacio prodigioso, una nueva razón  guiará los  movimientos de los dos adultos, entre los que establece una pelea muy sutil, ambos destierran las fisuras de su experiencia pasada con la esperanza de ganarse el aprecio del chico.

 La existencia de Ángel se va llenando de dignidad ante el coraje del niño que es capaz de llamarlo papá para evitar que mate a Luís y vuelva el terror de la violencia. Luís adiestra al chico, le enseña libros y pretende enseñarle a leer, lo que provoca el terror de Ángel, quien vuelve a sentirse amenazado, siente que le están arrebatando al chico y no está dispuesto a consentirlo.



La necesidad de ir a la ciudad parece presagiar la catástrofe. Ángel volverá a sentir el deseo de confiscar la libertad,  ese instinto asesino y Luís volverá a someterse a sus debilidades hasta el punto de huir nuevamente, en este caso, acompañado de una joven que se aventura a fugarse con él al territorio ilusorio de lo desconocido.



En un momento dado, el niño manifiesta su deseo de lanzarse al  precipicio,  un espacio blanco y vacío que se cierne ante él como la única salvación posible. El asesino, aterrorizado, lo salvaguarda del peligro, consigue que renuncie a preguntarse sobre lo que lo rodea o siente; lo separa de la fuga más íntima. Y cuando el niño ve como Luís se dispone a huir percibe cuán ecuánime es la vida que le permite permanecer al lado de Ángel.  Ángel  se ha ganado  el reconocimiento del niño quien no teme al futuro, un niño que únicamente escucha su voz y en el que proyecta toda su nueva identidad pese a que es consciente de que en cualquier momento puede transfigurarse y retornar la ira pasada.  Sin embargo el poder del niño le desnuda y aleja de lo que ha sido.



Con un lenguaje desnudo Bandoux se interesa por esa conciliación que supone la transformación de un asesino en casi un padre para un niño, quien desterrará el odio  y cuya progresión se va enriqueciendo gracias a la sombra del asesino de sus padres que lo protege día a día.  El impactante juego de contraluces entre los protagonistas y su entorno retrata al hombre paradójico, caótico, contradictorio, capaz de crecer. Los instintos se pliegan y se redescubre la complejidad laberíntica del alma humana.







En cuanto las primeras gotas se estrellaron en el polvo y en la lengua de Paolo, Ángel Alegría sacó su navaja y la clavó en el cuello del hombre, a continuación, en el de la mujer. En la mesa, se mezclaron la sangre y el vino, enrojeciendo para siempre las profundas ranuras de la madera.

Ese no era el primer crimen de Ángel. En el lugar de donde venía, la muerte era moneda corriente. Ponía fin a las deudas, a las disputas de borrachos, a las infidelidades de las mujeres a las traiciones de los vecinos o, simplemente, a la rutina de un día sin distracción. Esta vez era el final de un vagabundeo de dos semanas. Ángel estaba harto de dormir al raso, de hir cada mañana un poco más hacia el sur. Había oído decir que esa casa era la última antes del desierto y del mar, el refugio ideal para un hombre buscado: allí era donde quería dormir.

Cuando el pequeño Paolo volvió, calado hasta los huesos, descubrió a sus padres tirados en el suelo, y comprendió. Ángel le esperaba con la navaja en la mano.

-Ven aquí- le dijo.

Paolo no se movió. Vio la hoja manchada, la mano que la empuñaba, el brazo que no temblaba. Sobre el tejado de chapa ondulada, la lluvia parecía tocar el tambor, como en el circo antes del salto mortal de los trapecistas.

-¿Cuántos años tienes? – preguntó Ángel.

- No sé.

-¿Sabes hacer una sopa?

El hombre apretaba el mango de la navaja, pero no llegaba a decidirse. El niño, muy pequeño, muy sucio, muy mojado, estaba allí de pie, ante él, y el no podía imaginarse cómo poner fin a su vida. Un inesperado latido de su conciencia, o quizá un poco de compasión retuvo su brazo.

-Nunca he matado a un niño- dijo.

-Yo tampoco- contestó Paolo.

Esta respuesta arrancó una sonrisa a Ángel.

-¿Sabes hacer una sopa, si o no?

-Creo que sí.

-Entonces, hazla para mí.

Ángel guardó la navaja. Apartó con cierto alivio al chico. Se decía que no merecía la pena matarlo. El pequeño no le impediría dormir ahí, y además, resultaría de ayuda, porque le enviaría al pozo a buscar agua, en lugar de ir él.



Ángel alegría era buscado por la policía de Talcahuano, de Temuco y de Puerto Natales. En las tres ciudades había asaltado a ancianos, extorsionado a jóvenes y asesinado a los que le habían estorbado. Sus víctimas no tenían rostro y él mismo nunca había tenido ocasión de mirarse al espejo. Su mundo estaba poblado de siluetas, de sombras amenazantes que espantaba como si de una nube de moscas se tratara.

De pequeño había visto morir a su padre. Respecto a su madre, apenas la había conocido. Desde muy pronto, se había tenido que desenvolver solo para sobrevivir, siguiendo la ley de la calle y de la miseria.

Jamás había poseído otra cosa que su navaja y su fuerza física, el dinero robado corría entre sus dedos como el agua de los torrentes. Una o dos veces había creído estar enamorado de una mujer, sin que eso aplacara su temperamento irascible. Estas historias habían acabado como el resto, en catástrofe, en gritos de dolor y en carreras por la escalera de incendios. Ángel Alegría no era una persona recomendable y, menos aún, para educar a un niño.

Y  sin embargo, vivía con Paolo, en la casa del fin del mundo, rodeada por los vientos, las lluvias, las nieves y los cielos. Paolo, pequeño e ignorante, no tenía mucha elección. El asesino se había instalado en su casa y tenía que convivir con él.


-Llámame papá- mandó.

- No.

-Te lo ordeno

- Mi padre está ahí abajo- replicó Paolo señalando el montículo.

Ángel se dio la vuelta. Esa tumba, en medio del hermoso camino que conducía al huerto, le atormentaba. Su presencia silenciosa le recordaba sin cesar que había cometido errores. Era la prueba de su crueldad, de su estupidez, de su impotencia. De vez en cuneado, Paulo depositaba allí algunas flores silvestres. Sus ojos permanecían secos, pero sondeaban la profundidad de la tierra como las barrenas de una plataforma de extracción de petróleo. Allí estaban contenidas todas las preguntas que el niño no le hacía y, a su vez, todas las respuestas. Ángel sentía cierta envidia al verle parado ante aquel montón de tierra.

Tiempo narrativo



Tiempo narrativo  Teoría literaria


Hace referencia a la duración, la sucesión y el orden de los acontecimientos, por lo que este concepto es fundamental en un relato o un drama, ya que éstos necesitan ubicarse en una temporalidad determinada. Por lo tanto todo escritor que se precie, tiene en cuenta esa coordenada abstracta cuando configura aleatoriamente el universo imaginario en el que se mueven los personajes.

Es obvio que ese tiempo en el que se mueven los personajes difiere del tiempo cronológico, en el que sucederían los acontecimientos en la realidad. Es un tiempo creado que el autor manipula a su arbitrio. De hecho, una misma historia de ficción puede ser relatada en diferentes tiempos: en presente, en pasado, en prospección, adelantando acontecimientos, utilizando el <<flash bask>> que remonta a experiencias pasadas, etc. Se trata pues de una categoría abstracta que puede configurarse de diversas formas. Los formalistas rusos, por ejemplo, distinguen un tiempo de la fábula, o sea, el orden cronológico en el suceden los acontecimientos de una historia, y un tiempo de la trama, el orden en el que el narrador los presentas al relatar la historia. G. Genette, por su parte, denomina a este tiempo de la fábula, tiempo de la historia (ahí los acontecimientos siguen un progresión lógico-causal); mientras que el tiempo de la trama, es para él, el tiempo del discurso de la enunciación. Este tiempo adscribe el desarrollo de los acontecimientos a su línea de aparición en el texto del relato.

La Teoría Literaria ha hecho pues hincapié en las relaciones existentes entre este tiempo de la historia y el tiempo del discurso, intentando sistematizarlas. Tanto Genette, como Todorov, han realizado estudios en este campo a partir de las relaciones que se establecen en el orden temporal, la duración o la frecuencia.

Si atendemos a las relaciones que se establecen en el orden temporal, tendremos en cuenta que según como sucedan los acontecimientos en la historia y en el discurso, se pueden producir desajustes, básicamente "prospecciones" o "retrospecciones". La prospección o prolepsis, se produce cuando se adelantan o anteponen acontecimientos que deberían aparecer a posteriori, si atendiéramos al orden lógico de sucesión. Esto es lo que sucede, por ejemplo, en una novela policíaca, cuando se nos presenta el crimen consumado, que debería ser el desenlace, pero que es situado al comienzo de la obra. La analepsis o retrospección, por su parte, se produce cuando, en el desarrollo de una narración, se introduce otra en la que se relatan acontecimientos anteriores al tiempo de la primera, como sucede cuando aparece una narración dentro de otra, en la que se relata acontecimientos sucedidos en un tiempo inmemorial.

En cuanto a las relaciones de duración, estas parten de la comparación del tiempo que se dedica en el discurso para narrar una acción y el tiempo que ocuparía el desarrollo real de dicha acción en la historia. Todorov, por ejemplo, atiende a las dicotomías que presenta la ralentización de la acción debida a la aparición de descripciones, de lo que sucede cuando se omite la narración de un período de vida del personaje porque no es significativo para el desarrollo de los acontecimientos. Por lo tanto según él podemos encontrarnos en un relato: a) Pausa: cuando al tiempo del discurso no le corresponde ningún tiempo de la historia, por ejemplo, cuando aparecen descripciones o reflexiones; b) Elipsis: cuando al tiempo de de la historia no le corresponde un tiempo en el discurso: p. e., cuando se suprime un período de vida del personaje por ser irrelevante; c) Escena: cuando se produce total correspondencia entre el tiempo de la historia y el del discurso: p.e., en una escena dialogada, en un monólogo, etc.; d) Resumen: cuando en el discurso se condensa el tiempo de la historia: p. e., si en una frase se sintetiza lo sucedido en un período de meses o años; e) Análisis: cuando se amplifica en el discurso el tiempo de la historia: p. e., en el Ulysses de Joyce.

Finalmente también podemos estudiar las relaciones de frecuencia, la intersección entre los acontecimientos de la historia narrados y el número de enunciados del discurso sobre ellos. Todorov observa las disonancias que se producen entre un relato singulativo, en el que un único acontecimiento es evocado en un único discurso; frente a un relato repetitivo o uno, iterativo. En el repetitivo nos encontramos frente a un único acontecimiento, contado desde diversos discursos; por e., cuando un personaje relata de forma obsesiva la misma historia en diversas ocasiones, o cuando diversos personajes cuentan el mismo hecho. Por su parte, si el relato es iterativo, un único discurso evoca diversos acontecimientos semejantes que se repiten.

Otro aspecto que puede tenerse en cuenta, es el estudio sintáctico, propiamente dicho, de los tiempos verbales. En este caso distinguimos entre tiempos narrativos o tiempos de la historia ( el imperfecto, el pretérito perfecto simple y el condicional) y tiempos del discurso a los que circunscribimos el presente, el perfecto y el futuro. Una perspectiva psicológica de tendría en cuenta la disonancia recurrente muchas veces entre el tiempo cronológico de los acontecimientos y la vivencia subjetiva de ese tiempo por parte de los personajes. En La Regenta, por ejemplo, la tarde que pasa Ana en el Vivero con sus amigos se le hace al Magistral interminable. Es lo que sucede también en los momentos preliminares de un encuentro ansiado, ese nimio momento puede resultarle interminable al personaje. En novelas clásicas como Rojo y Negro de Stendhal, el lector percibe cómo se ralentizan los acontecimientos en diversas ocasiones, lo que nos aproxima obviamente a los procedimientos de Miro, Azorín o Proust, que ralentizan las acciones, para observar el proceso psicológico de los personajes.... El lector siente en estos casos, que el huidizo tiempo se apelmazaba hasta que se detiene.







Actividades

Analiza los procedimientos temporales que aparecen en los textos siguientes.

Elige uno de los textos e introduce una continuación que respete los procedimientos utilizados:

  “…. se acordaba sin querer de la barca de Trébol, de aquel gran pecado que había cometido, sin saberlo ella, la noche que pasó dentro de la barca con aquel Germán, su amigo… ¡Infames! La Regenta sentía rubor y cólera al recordar aquella calumnia. Dejó el libro sobre la mesilla de noche –otro mueble vulgar que irritaba el buen gusto de Obdulia-, apagó la luz… y se encontró en la barca de Trébol, a medianoche, al lado de Germán, un niño rubio de doce años, dos más que ella. ´Él la abrigaba solícito con un saco de lona que habían encontrado en el fondo de la barca. Ella le había rogado que se abrigara él también, debajo del saco; como si fuera una colcha, estaban los dos tendidos sobre el tablero de la barca, cuyas bandas oscuras les impedían ver la campiña; sólo veían allá arriba nubes que corrían delante de la cara de la luna”.

La Regenta, Clarín.

Anochece. Se oye el traqueteo persistente de un carro; tintinea a intervalos una esquila. El cielo está pálido: la negrura ha ascendido de los barrancos a las cumbres; los bancales, las viñas, los almendros se confunden en una macha informe. Destacan indecisos los bosquecillos de pinos en las laderas. La laguna desaparece borrosa. Y vibra una canción lejana que sube, baja, ondula, planee, ríe, calla…

El campo está en silencio. Pasan grandes insectos que zumban un instante; suena de cuando en cuando la flauta de un cuclillo; un murciélago gira calladamente entre los pinos. Y los grillos abren su coro rítmico, los comunes en notas rápidas y afanosas, los reales en una larga, amplia y sostenida nota sonora.

Ya el campo reposa en las tinieblas. De pronto parpadea a lo lejos una fogata. Y de los confines remotos llega y retumba en todo el valle el formidable y sordo rumor de un tren que pasa…

Azorín.



Esa misma noche cinco hombres sorprendieron a Diego Sauri en la mitad del recorrido que hacía por las casas de sus enfermos. Lo golpearon hasta dejarlo como un montón de trapos, lo ataron de pies y manos y le rompieron la boca con que alcanzó a insultarlos antes de cerrar los ojos que le guardarían para siempre la imagen de una luna inmensa, burlona y amarilla, como la risa de un dios.

Cuando pudo volver a preguntarse qué le estaba pasando, sintió temblar el agua bajo la celda que lo encerraba. Iba en un barco, rumbo a quién sabía dónde y en vez de que lo inundara el miedo, lo estremeció la curiosidad. Por mas que fuera, iba camino al mundo.

Nunca supo cuántos días pasó en aquel encierro. Una oscuridad y otra y muchas le cruzaron por encima hasta que perdió el sentido del tiempo. La embarcación había atracado más de cinco veces cuando el hombre que le llevaba todos los días unos mendrugos le abrió la puerta.

- So here we are- le dijo un gigante rojo mirándolo con toda la piedad de que pudo ser capaz, y lo dejó en libertad.

Here era un helado puerto en el norte de Europa. Varios años y muchos aprendizajes después, Diego Sauri volvió a México como quien vuelve a sí mismo y no se reconoce. Sabía hablar cuatro idiomas, había vivido en diez países, trabajado como asistente de médicos, investigadores y farmacéuticos, caminando las calles y los museos hasta memorizar los recovecos de Roma y las plazas de Venecia.

Ángeles Mastretta, Mal de amores.

Una tarde de septiembre, ante la amenaza de una tormenta, regresó a casa más temprano que de costumbre. Saludó a Rebeca en el comedor, amarró los perros en el patio, colgó los conejos en la cocina para asarlos más tarde y fue al dormitorio a cambiarse de ropa. Rebeca declaró después que cuando su marido entró en el dormitorio ella se encerró en el baño y no se dio cuenta de nada. Era una versión difícil de creer, pero no había otra más verosímil, y nadie pudo concebir un motivo para que Rebeca asesinara al hombre que la había hecho feliz. Ese fue tal vez el único misterio que nunca se esclareció en Macondo. Tan pronto como José Arcadio cerró la puerta del dormitorio, el estampido de un pistoletazo retumbó en la casa. Un hilo de sangre, salió de debajo de la puerta, atravesó la sala, salió a la calle, siguió en su curso directo por los andenes disparejos, descendió escalinatas y subió petriles, pasó de largo por la Calle de los Turcos, dobló una esquina a la derecha otra a la izquierda, volteó en ángulo recto frente a la casa de los Buendía, pasó por debajo de la puerta cerrada, atravesó la sala de visitas pegado a las paredes para no manchar los tapices ,siguió por la otra sala, eludió en una curva amplia la mesa del comedor, avanzó por el corredor de las begonias y pasó sin ser visto por debajo de la silla de Araranta que daba una lección de aritmética a Aureliano José, y se metió en el granero y apareció en la cocina donde Úrsula se disponía a partir treinta y seis huevos para el pan.

-Ave María Purísima- gritó Úrsula.

G. García Márquez, Cien años de soledad.

Venga claval. Desembucha. Mis padres me engendraron hace muchos años, pero en este momento no tendré más de tres o cuatro meses. Todo está ocurriendo como en un sueño congelado en la placenta de la memoria, en un tiempo suspendido que engendró la caraba de mascaradas públicas e infortunios privados, atropellos y desventuras, calabozos y hierros.

-¿Qué pasa, se te ha comido la lengua el gato?- la voz intempestiva y ronca del hombre se abate de nuevo sobre mi hermano David, los dos enfrente de casa. Hace apenas media hora ha caído sobre el barrio una tormenta atronadora y sombría y ahora, cuando la mañana vuelve a brillar esplendorosa y el aire y la luz se erizan acariciando la piel y los ojos, David se siente otra vez tan delicado y aparente que no le habría importado recibir el imperioso mandato de la autoridad vestido de Shirley Temple con sus tirabuzones rubios, sus hoyuelos en los mofletes y su vocecita de niña viciosilla:

-¿Mande?

-Digo que lo sueltes ya, si es que tienes algo que contarme sobre tu madre… -secretamente encelada, la voz se traba en su propia ronquera y su delirio, pero las palabras suenan sin acritud, en un tono tan poco apremiante e insidioso que, al oírlas, un chico menos malicioso que David Bartra habría tomado como un guiño que buscara complicidad y no como un desafío.

- ¿Me está provocando, sahib?

-¿Qué es lo que sabes?- insiste el visitante-. Sea lo que sea, me interesa. Te escucho.

Lo estoy viendo como si ocurriera ahora mismo ante mis ojos. El hombre sigue plantado frente a la puerta de casa con su trinchera gris plegada al hombro, golpea calmosamente el extremo del cigarrillo sobre la uña del pulgar y espera. Pero David percibe la combustión interna del rostro apagado y, antes incluso de recibir la orden, ha visto reflejada fugazmente en sus ojos líquidos y pesarosos la imagen femenina que le conturba; así que ahora guarda silencio, mirándose hacia adentro sin decir lo que también él está viendo, y por un instante, ambos, niño y policía, evocan a mamá esperando el tranvía en el mismo lugar y en idéntica postura, apoyada en la misma farola de la Travesera con el libro abierto en las manos, el mismo ardiente sol en los cabellos y la misma ensoñación en los ojos. Muy bella en su espera ensimismada, nuestra pelirroja no tiene la mirada ni el pensamiento puestos en la página del libro, sino en el humo azul del cigarrillo que sostiene entre los dedos, o tal vez más allá del humo, en algún repliegue funesto de la luz, un sombrajo de mal presagio que sólo ella percibe en medio de la radiante mañana de julio.

-¿Y?

Rabos de lagartija, Juan Marsé


jueves, 21 de julio de 2011

La fiereza de lo accesible Mari Carmen Moreno Mozo

La fiereza de lo accesible      Mari Carmen Moreno Mozo

Donde has nacido
no queda nada
salvo tú misma

¿Con qué varita te convertiría en mago?
¿Cuál te serviría de estímulo?
Y si la consigues
¿te achicarías?

¿Cómo es posible
que en lo más oculto
de su ser exista otro?

En el carcaj de dudas
mengua el triunfo

El aleteo
sueña aventuras


¿Qué fugitiva inocencia
deja migajas
a las gaviotas?

Tienes un agujero roto
en los pantalones

¿Qué te lanza a la yugular?

hogazas de pan
miman tu desnudez,
oídos que te alimentan
sin vergüenza

sin un porqué
caen por la mejilla
tus heridas a puñales.
Me sangran
a mí

Desatas la eternidad y preguntas:
¿Volverías a ser arcilla? 

Sólo sacias la vida
si siembras incertidumbres

el  himen del miedo,
fabrica palabras
para deshojar la rosa

Como fui, como soy, que seré
es lo que quiero ser
sin trampas

¿Por qué la cúpula del trueno
se traga lo inocente?

Mientras el corazón absorbe como esponja
las desventuras
bailas vanidad

Vas y vienes sin espinas
ni almas rotas

¿Y hasta lo inocente
te culparía?

Hasta ese débil acto
accede a tu silencio.

¿Qué nos salva?
¿ Qué almas arrojadizas inventas
para ser feliz?


Si  te mueves a tientas
te perderás los desafíos

Una y otra vez, una mujer
que nazca, inconfundible
de la fiereza de lo accesible