jueves, 14 de julio de 2011

El iceberg de los recuerdos

 El iceberg de los recuerdos



         Mi cuerpo está obsoleto. Su oscuro ojo se ha ido secando y pronto el iceberg de los recuerdos saldrá disparado del cañón de su revólver. Ahora todas sus instantáneas me parecen meros souvernirs; ahora, cuando me miro al espejo, me resulta muy difícil verme al trasluz, y reconocerme.  La vida me ha enseñado las uñas y me he vuelto terca, díscola, inaccesible. La memoria se ha quedado sin argumentos, es incapaz de revelar los negativos de todo lo que he ido acumulando a lo largo de los años. Lo único que quiero recuperar son esas necesidades inocuas que se perdieron durante los viajes y sentirme cómoda. Cerradas las antiguas heridas, me siento cómoda; el alimento de la indiferencia ha sido cosido con hilo de bramante y me ha vuelto más fuerte.



Si nadie puede adivinar lo que siento o pienso, nadie podrá hacerme zozobrar. Si nadie cruza la línea divisoria, nadie podrá dañarme. Es el momento de interpelar a todos aquellos sueños, el momento de friccionar las aleaciones; el momento de transformarlas en una droga de síntesis capaz de zamparse la antigua voluptuosidad.



¿Los ves? Sí. Son los rostros ajados que se comprometieron a quererte porque un imán les obligó a sentir lo que tú les legaste. Ellos son capaces de volverse dulce caramelo para fundirse en tu lengua y contar hasta el infinito, mientras yacen a tu lado. ¿Crees que susurrándoles al oído podrás guarecerte de la tormenta? ¿Crees que si recuperas lo que ya se ha ido, podrás volver por el mismo camino?

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